A los 20 años, cursando el tercer año de la facultad de bellas Artes, Natasha ya sabía que se casaría con un hombre occidental. Un italiano o un español. No tenía eligido su destino definitivo pero publicó un anuncio en varios portales de contactos personales internacionales. Natasha elaboró una serie de preguntas para hacer en cada carta a sus candidatos, repasó detenidamente "el manual de instrucciones sobre la conquista de un hombre" de Margaret Kent “Cómo casarse con el hombre de tus sueños” y empezó su búsqueda que duró siete años.
el primer descubriemiento sorpendente fue que los europeos de su edad o un poco mayores, no más de 5 años, resultaban ser muy infantiles, torpes, incapaces de tomar decisiones de un hombre maduro.
así que amplió el margen de la edad máxima posicionándola en los 43 años como mucho.
Por su vida y su cama pasaron varios hombres que rozaban los cuarenta. Algunos, que más que prestarle la atención a Natasha, competían con jóvenes sementales, pasando cada vez más tiempo ante un espejo, eliminando los puntos negros de la nariz y alisando sus arrugas. Estos hombres compraban cremas anti-aging y tenían habitaciones enteras de ropa de primeras marcas. otro descubrimiento que la dejó más parapleja aún...
Natasha se dió cuenta que con ellos una no podía bajar la guardia ni relajarse ni por un momento: ni poner un cómodo pantalón y camiseta, ni dormir más que ellos. Para estar a su altura, cuando uno de esos abría los ojos, ella debía estar perfectamente maquillada y contenta. Esa vida le atraía, y mucho, pero al final siempre algo fallaba, agotaba a Natasha. El romance se enfriaba junto con el interés hacia el posible candidato.
Otros, con importantes carencias sexuales, intentaban meterle mano nada más finalizar la cena en su primera cita, y se descartaban antes de tomar el postre.
así que amplió el margen de la edad máxima posicionándola en los 43 años como mucho.
Por su vida y su cama pasaron varios hombres que rozaban los cuarenta. Algunos, que más que prestarle la atención a Natasha, competían con jóvenes sementales, pasando cada vez más tiempo ante un espejo, eliminando los puntos negros de la nariz y alisando sus arrugas. Estos hombres compraban cremas anti-aging y tenían habitaciones enteras de ropa de primeras marcas. otro descubrimiento que la dejó más parapleja aún...
Natasha se dió cuenta que con ellos una no podía bajar la guardia ni relajarse ni por un momento: ni poner un cómodo pantalón y camiseta, ni dormir más que ellos. Para estar a su altura, cuando uno de esos abría los ojos, ella debía estar perfectamente maquillada y contenta. Esa vida le atraía, y mucho, pero al final siempre algo fallaba, agotaba a Natasha. El romance se enfriaba junto con el interés hacia el posible candidato.
Otros, con importantes carencias sexuales, intentaban meterle mano nada más finalizar la cena en su primera cita, y se descartaban antes de tomar el postre.
Y de repente apareció ese hombre, Fran. Un empresario madrileño que vino a verla después de un mes de chatear en la red. Era mayor que los anteriores, de 46 años, divorciado hace ya cinco, con dos hijos adolescentes que vivían en otra ciudad con su madre.
Para ser sincera a Natasha le preocupaba que Fran tenía dos hijos; eso le ponía muy tensa ya que a la hora de repartir herencia, los hijos se llevarían una fortuna. Lo había leído en foros sobre matrimonios con extranjeros. Desde luego ese no era su plan pero ante la sequía sentimental temporal, no estaba mal.
Y llegó el momento de viajar a España.
Para la sorpresa de Natasha su nuevo amigo era mucho más sencillo, más humano, más persona, para resumir que los anteriores guaperas. No tenía reparos en presentarla a su gente, sus amigos, hablar delante de ella por teléfono. No la criticaba ni la ponía en evidencia ni le hacía comentarios hirientes delante de las terceras personas, ni siquiera a solas. La aceptaba con su cara lavada, con y sin tacones, no insistía mucho en tener sexo a diario; en fin, era sospechosamente normal y bueno.
Para la sorpresa de Natasha su nuevo amigo era mucho más sencillo, más humano, más persona, para resumir que los anteriores guaperas. No tenía reparos en presentarla a su gente, sus amigos, hablar delante de ella por teléfono. No la criticaba ni la ponía en evidencia ni le hacía comentarios hirientes delante de las terceras personas, ni siquiera a solas. La aceptaba con su cara lavada, con y sin tacones, no insistía mucho en tener sexo a diario; en fin, era sospechosamente normal y bueno.
Un Domingo Fran organizó en su casa en las afueras de Madrid la barbacoa e invitó a mucha gente. Eran más de veinte. Entre los invitados había un hombre que desde que entró por la puerta, no le quitaba el ojo a Natasha. Al final de la comida que se convirtió en cena, Natasha se le acercó a Ignacio y se sentó a su lado. Así charlaron animadamente el resto de la noche. Ella, haciéndole todas aquellas preguntas que tenía preparadas para Fran.
Sin duda Ignacio le encajaba mucho mejor. Soltero a los 45, dos relaciones muy cortas, algo tímido, pasó su vida buscando una princesa. Era evidente que Natasha era lo que más se acercaba al ideal de aquella princesa que Ignacio había dibujado en su imaginación.
- ¿Debo preocuparme por algo? – preguntó Fran cuando los invitados se fueron cada uno a su casa mientras rellenaba el lavaplatos. Natasha, algo despistada y ausente, encendió un nuevo cigarillo.
- Te lo diré mañana, - contestó Natasha después de una larga y silenciosa pausa y se fue a dormir a la habitación de invitados en la planta baja del enorme chalet en Somosaguas.
Al día siguiente desayunaron sin intercambiar ni una sola palabra. Por la noche, cuando Fran volvió de trabajo, encontró una nota que le esperaba en la encimera de la cocina: IGNACIO ES EL HOMBRE DE MI VIDA. SUERTE EN LA TUYA. NATASHA.
...La conocí un año después de estos acontecimientos.
Llevaba casada con Ignacio casi ocho meses y nada más sentarse a mi mesa en una popular cafetería del Barrio Salamanca, se quejó: sepas que no hay nada peor que casarse con un hombre que llega soltero a los 45!
- ¿Y eso? - pregunté como si no supiera la respuesta.
- Solo hace caso a su madre, que es muy mandona. Mi matrimonio es un suplicio!
Llevaba casada con Ignacio casi ocho meses y nada más sentarse a mi mesa en una popular cafetería del Barrio Salamanca, se quejó: sepas que no hay nada peor que casarse con un hombre que llega soltero a los 45!
- ¿Y eso? - pregunté como si no supiera la respuesta.
- Solo hace caso a su madre, que es muy mandona. Mi matrimonio es un suplicio!
Por eso, después de una discusión, cuando Ignacio se fue con su madre al apartamento de la playa, Natasha me pidió que nos reuniésemos y que le ayudase a buscar trabajo.
- Se me puede tachar de lo que sea: de fría, calculadora, poco sensible, pero mi vida es mía y quiero vivirla cometiendo un mínimo de errores. - empezó su exposición Natasha.
- No te imagino preocuparte de repente lo que los demás piensan de ti, - repliqué.
- Me preocupa que después de un año de relación Ignacio sigue haciéndole más caso a su madre! Y cuando discutimos utiliza el mismo argumento: me recuerda la forma de abandonar a Fran, sin importarme sus sentimientos . ¿Crees que es justo? - me preguntó indignada.
- No, no lo es, Natasha, pero me imagino que cuando te alteras, también le dirás cosas desagradables…
- Nunca cruzo esa línea de falta de respeto, y ojalá que no la cruce nunca. En cualquier tipo de relación hay un límite, y es sagrado, y que debes saber si lo cruzas, no hay marcha atrás. Invertí mucho en esta relación, me lo he jugado todo por él, y le quiero, le quiero muchísimo, pero no soporto a su madre y la influencia que ejerce sobre su hijo, - se quejaba mi interlocutora.
- Se dice en el Oriente que si no puedes vencer a tu enemigo, pacta con él. No me creo que una chica tan inteligente y tan pragmática como tú, Natasha, no seas capaz de conseguir la llave secreta al corazón de tu suegra. No intentes cambiar las corinas hasta después de tres años de matrimonio; no cambies nada de su vida de modo radical que compró para su único hijo la madre que fue la única mujer relevante durante 45 años, - sonreí para bajar un poco la tensión acumulada.
- Hay una llave, - respondió Natasha, - y se llama "nietos". Ignacio es su único hijo y ella es viuda desde hace 20 años. Su hijo es su vida y solo un nuevo miembro de la familia, alguien muy pequeño y que no le conteste a todas sus tonterías, será capaz de ablandar el corazón de esa bruja…- me sonrió también. Parecía que Natasha verdaderamente sabía mucho. Esta chica era muy sabia.
- Pues si lo sabes, ¿por qué no? - pregunté para concluir nuestra charla.
- Sí, pero antes que suceda quiero trabajar, ser útil y verles menos tiempo posible.
- Sí, pero antes que suceda quiero trabajar, ser útil y verles menos tiempo posible.
A los ocho meses de esta conversación Natasha dejó la oficina donde trabajó por mi recomendación, y esperó el nacimiento de su primera hija, Kseniya Margarita.
El segundo nombre de la pequeña le fue puesto por la abuela paterna que se desvive por su pequeña, adora a su nuera y no se mete más en la vida de su hijo. Ignacio no ha cambiado mucho en sus manías y hábitos obtenidos en 45 años de su soltería. La que ha cambiado y mucho es Natasha. Aquella chica fría y pragmática, que medía cada su paso; que dejó atrás sin contemplaciones a más de un corazón partido, hoy es una buena esposa y una madre y nuera ejemplar, y lo ha conseguido sin cruzar ni una sola vez aquella línea roja e invisible de respeto en relaciones personales.
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